Un día me estaba volviendo loca porque mi bebé estaba en una etapa muy rebelde, una amiga me hizo una analogía que me encantó y pude ver la crianza de otra manera:
Imagina que en una gran nave espacial llegan unos extraterrestres. Ellos no saben nada ni conocen nada sobre la tierra y tú los tienes que guiar, enseñarles y explicarles todo.
Desde el idioma, cómo se llama cada cosa que existe, incluso lo que no se puede ver o tocar, como las ideas o el amor. Les tiene que explicar las relaciones personales y cómo actuar en cada circunstancia para que se puedan integrar a la humanidad.
También imagina que la gravedad y la atmósfera terrestre los hace sentir por primera vez las emociones humanas. Pero es algo que ellos jamás habían sentido y de pronto tienen miedo, no saben lo que les está pasando y eso les da más miedo, no saben qué hacer y entran en pánico.
Así son los niños. No son seres de otro planeta, pero sí son nuevo nuevitos en el mundo. Nosotras los tenemos que guiar, explicarles todo lo que sucede. Lo más difícil de explicar es lo que pasa dentro de ellos, porque a veces ni siquiera nosotras lo alcanzamos a entender.
Ponle palabras a todo
Un día en el super, estaba estorbando en la fila con mi carrito porque me detuve a preguntarle algo a una vendedora. Un señor comenzó a empujar mi carrito con el suyo, cuando me dí cuenta me saqué de onda e hice mi carrito a un lado para que él pudiera pasar.
Me tardé unos segundos en entender que el señor jamás me pidió que me hiciera a un lado, más que de forma no verbal y un poco violenta. Entonces le dije que si quería pasar debía decirlo en lugar de sólo aventar y agredir.
Esto me recordó a mi bebé de 2 años. Cuando nació no sabía cómo comunicarse y lloraba, así me hacía saber que tenía hambre, frío, miedo. Conforme fue creciendo encontró otras formas de hacerlo: aventando mi mano cuando ya no quería comer, gritando, etc.
Conforme fue desarrollando el lenguaje, aprendió a decir “no” y poco a poco hemos buscado la forma de cambiar esas acciones descontroladas por palabras. Por ejemplo, le he dicho: tu ya sabes hablar, en lugar de aventar mi mano, dime “no, gracias”.
Entonces entendí que a este señor, nadie le enseñó a comunicarse, nadie le explicó sus emociones. Y eso pasa mucho más seguido de lo que nos imaginamos. No se crean, a mí tampoco me explicaron mucho y la mayor parte de las veces lo que me dijeron que debía hacer es reprimir esas emociones.
Pero si te detienes unos minutos a entender lo que sucede contigo, con lo que está a tu alrededor para tratar de explicárselo a tus hijos que son nuevos en el mundo, tú misma comienzas a ver otro panorama y se abre tu mente.
Por eso dicen que los hijos son nuestros maestros, porque al intentar explicarles a ellos lo que están sintiendo, primero tenemos que entenderlo nosotras para poderlos guiar. Eso se llama inteligencia emocional.
Si puedes expresar en palabras lo que sientes, tus deseos, tus límites, en lugar de gritar, llorar, aventar cosas y hacer un drama, puedes enseñarle a un niño también a hacerlo. Y no es cosa del otro mundo, los niños aprenden muy rápido simplemente observando.
Si nosotras les damos estas herramientas a nuestros hijos, cuando nosotras no estemos ahí para protegerlos, ellos podrán solucionar sus propios problemas de una forma sana y segura.
Por ejemplo, a mi bebé no le gusta compartir sus juguetes, está en esa etapa. Fuimos a un lugar de juegos, ella estaba usando una carriola de juguete, la dejó a un lado para ir por los instrumentos de doctora y cuando regresó, otra niña había agarrado su carriola.
Fue un drama, mi bebé lloró muchísimo, se le fue encima a la otra niña, por supuesto que la detuve antes de que le hiciera daño, le arrebató un juguete. Estaba completamente desbordada.
La abracé y le expliqué que en ese espacio los juguetes son de todos. Que ella ya sabe hablar y puede decir con palabras que ella está utilizando ese juguete, pedirlo de vuelta y que cuando ella termine de jugar lo podrá prestar. Y que no podemos lastimar a otras personas o arrebatarnos las cosas.
En ese momento yo sentía que mi hija no me hacía caso, seguía llorando y toda la tarde estuvo muy sensible. Yo traté de estar tranquila, para darle tranquilidad a ella y la dejé llorar todo lo que necesitaba, porque para ella fue importante.
Otro día, la situación se repitió y mi hija, de forma muy firme, tratando de controlarse, fue capaz de decirle a la otra niña: no niña, yo estoy jugando con esto, cuando termine te lo presto. Así sin más, sin dramas. La otra niña entendió y se fue a buscar otro juguete.
Explicarle todo y enseñarle a ponerlo en palabras, desde pedir permiso para pasar en lugar de aventar, cómo resolver un conflicto con sus iguales, alejarse de una situación peligrosas, escuchar su cuerpo e identificar sus emociones, los va a proteger más que los puños y las armas.
Pero si les enseñamos con gritos, golpes y castigos, ellos allá afuera van a resolver con gritos, golpes y castigos. Vivirán confundidos por no saber lo que les pasa y alejarán a las personas que aman con puros dramas ¿te suena familiar?
Aprende a conocerte
Aunque soy la persona con la que más he convivido, no me conozco por completo, pero conforme trabajo en mí, es más fácil no perder la cabeza y poder guiar a mi bebé para que ella se conozca también.
Por eso es importante que aprendas a reconocer tu cuerpo, las señales que te está enviando. Cuando estés a punto de perder la cabeza, chécate ¿tienes hambre? ¿sueño? ¿sed? ¿estás estresada? Entonces no son tus hijos los que te están volviendo loca, es algo más ¿Has identificado conductas desbordadas cuando tus hijos no se sienten bien físicamente?
Una vez que te das cuenta qué es lo que tu cuerpo te está pidiendo, busca satisfacer esa necesidad. No tiene que ser de inmediato, no te vas a acostar a medio día cuando tienes miles de cosas más que hacer.
Pero sí puedes organizarte mejor para poder dormir más, pedir ayuda con algo, delegar responsabilidades. Ver la forma de que ese malestar que tienes se reduzca lo mayor posible. Te juro que ¡sí se puede, hermana!
Aprende a reconocer tus emociones, cuando reacciones y grites, más tarde que ya estés más tranquila, mira hacia adentro ¿qué fue lo que realmente te molestó? ¿de dónde viene esa molestia? Y trabaja con ella.
Hace poco tuve una discusión con el papá de mi hija. Ella estaba con él de vacaciones, yo les hice una videollamada. Le estaba explicando a mi hija algo que era importante para mí, de pronto él me interrumpió contradiciendo mis argumentos.
En ese momento yo estallé en furia y comenzamos a discutir, algo que ambos odiamos que pase delante de nuestra hija. No dejamos que la discusión aumentara y la paramos rápidamente.
Cuando estuve más tranquila, pude darme cuenta que me encendí muy rápido porque me sentí invalidada. Recordé que uno de nuestros problemas de pareja fue precisamente que constantemente él me hacía sentir así.
También recordé que de niña muchas veces me sentí de esa manera. O sea que es una herida muy profunda que tengo y que aún no está sanada, porque cuando alguien la toca, duele mucho y yo reacciono de inmediato.
Esto me hace ver qué tengo que trabajar en mí para no perder la cabeza, hacer o decir cosas que no quiero, herir o hacer un escándalo. De esta forma yo puedo guiar a mi hija para entenderse y protegerse.
Guiar con amor
Y finalmente te quiero decir que las emociones se sienten. Pero nosotros decidimos si las reprimimos, las sufrimos, las invalidamos o las dejamos ser.
Cuando se reprimen causan enfermedades, cuando se invalidan causan confusión, cuando se sufren causan mucho dolor, pero cuando las dejamos ser, pasan. Así que cuando estés enojada, acéptalo y date chance de sentirte así, para que pase, lo mismo si estás triste o frustrada.
En casa tenemos un libro que nos encanta, se llama “Gruñón” y precisamente es sobre un chimpancé que está enojado y aunque todos sus amigos tratan de ponerlo contento, él solo necesita sentirse enojado para poder sentirse mejor. Eso es guiar con amor.
Los libros son una gran herramienta para ayudar a tus hijos y a tí, a entender este mundo tan complejo. Recuerda que guiar con amor, es aprender a conocernos, regularnos y expresarnos con palabras precisas.