Estás sola en tu departamento, no es extraño, pues ya son más de 10 años desde que decidiste independizarte, pero hoy, algo raro te pasó subiendo las escaleras.
Tal vez fue la sugestión que te causó haber ido al cine y ver esa estúpida película de terror que, por cierto, ni siquiera fue buena… No te hace lógica, pues en algunas partes hasta te reíste y terminaste con una ácida crítica acerca del mal cine de horror que se hacía en cantidades industriales (tú con derecho casi divino porque eres una consumidora asidua de todo lo que tenga que ver con este mundo de lo terrorífico); pero como tu terapeuta dice, “hay cosas que se quedan en el subconsciente y una no puede remediarlo”.
Y, tal vez lo que pasó, fue una de esas cosas… Subías los escalones pensando en la cena y al levantar la vista, el segundo piso estaba en penumbras, el foco se había fundido, y ya empezabas a maldecir a la mala administración del edificio, cuando todos los vellos de tu brazo izquierdo (aquel que daba hacia el pasillo a oscuras) se erizaron y todos tus sentidos se pusieron en alerta.
En ese momento, tuviste la certeza de que no debías voltear, pues ese silencio era antinatural, y justo ese sepulcral mutismo debía de estar escondiendo algo que, si veías a la cara, te haría enloquecer. Así que corriste, subiste los escalones de 2 en 2, sacaste tu llave, la tiraste 2 veces con desesperación y por fin, a la tercera, lograste clavarla en la cerradura y entrar apresuradamente para prender las luces….
La estancia de tu departamento lucía normal pero la sensación no se iba y, entonces, se te ocurrió que tal vez eso te aguardaba en alguna de las habitaciones que todavía se cerraban a oscuras; pensaste en ir por tu vecino, pero ¡NO! ¡CLARO QUE NO! Tienes 35 años, y sólo eso te faltaba, tener que ir por un hombre que medía 50 cms. menos que tú y que no creías que podría hacer nada al respecto.
Así que te decidiste por ir sola, prendiendo una a una las luces, con una pequeña cruz en una mano (un regalo de tu abuelita, y uno de los pocos objetos religiosos que tenías en tu casa y que ahora agradeces pues sus bordes en tu palma sudorosa te dan un extraño alivio) y un pequeño cuchillo en la otra.
Entraste a la cocina y no había nada, entraste al dormitorio (revisando como en los demás cuartos atrás de cada puerta y debajo de cada mueble, incluida tu cama, esfuerzo que te costó un micro infarto y contar hasta 3 para abrir los ojos una vez que te agachaste), y ¡claro! No había nada, pero al momento de entrar al pequeño baño, y antes de prender las luces, se te ocurrió que alguien (o algo) podría estar escondido detrás de la cortina de la regadera.
Y para no alertarlo, decides continuar sin prender la luz y jalarla, temblando, como hace años no lo haces por nada, y justo cuando la tomas y estás tirando de ella, un ruido infernal cimbra tus entrañas…. ¡¿qué paso?! ¡Maldita sea! Jalaste demasiado la cortina y terminaste por tirar el tubo metálico que hizo todo ese desastre, comienzas a reírte (pues, obviamente, no hay nada) y te das cuenta de que unas gotas de orina acaban de manchar tu ropa interior.
Piensas: ¿De verdad me acabo de orinar encima? Y un ataque de risa termina por quitarte los nervios que te quedaban y comienzas a respirar con normalidad.
Decides que es suficiente por hoy, sí que te pasaste de la raya con tu imaginación, así que te pones tu pijama, te lavas los dientes e, incluso, ves 10 minutos más de la serie que estás siguiendo en Netflix, hasta que tus ojos comienzan a cerrarse y decides apagar todas las luces e irte a dormir.
Y así lo haces, apagas el último interruptor (el que está alado de tu cama), te acomodas de lado, te arropas, comienzas a divagar y justo cuando el sueño está a punto de ganarte, oyes un ruido hueco y profundo que te hace abrir los ojos… empieza con un par de golpes, luego un sonido de algo arrastrándose y un quejido muy bajo pero muy grave…
No te quieres levantar, no quieres estirar ni siquiera tu brazo para prender la luz, no te quieres mover ni un solo milímetro, porque el sonido se oye cerca pero no sabes definir donde… Cuando llegaste buscaste en todos lados, incluso, te asomaste por la ventana y revisaste debajo y atrás de los muebles.
Pero eso que se arrastra y que se queja lo hace cada vez más fuerte, cierras los ojos nuevamente, y tratas de enfocar la dirección del ruido, y es aquí, solo aquí, donde voy a intervenir, pues te aconsejo que mejor no abras los ojos, porque sabes que por fin ya escuchaste bien de donde vienen los rasguños, olvidaste sólo un lugar, y en el techo, esas garras rascan cada vez más fuerte…