Madame Calderón de la Barca

Cecilia Colón H.

Cuando uno va de visita turística a algún lugar trata de llevarse en la memoria todos los paisajes, las calles, el sabor de las comidas y las bebidas, los eventos que pueden ser desde visitas guiadas por diferentes sitios hasta la música que se toca y es característica del lugar. Todo eso y más nos llevamos en la memoria, pero también nos lo llevamos en las fotografías; la ventaja que da tener un celular es que tenemos una cámara en la mano y preparada para captar algo interesante en cualquier momento sin tener que esperar a revelar el rollo, allí está la foto, lista para subirla a nuestras redes sociales donde todos nuestros amigos se enterarán de que estamos visitando un lugar y esa foto es una invitación para conocerlo o, simplemente, guardarla para nuestro recuerdo personal.

Ahora trata de imaginar ese mismo paseo dos siglos atrás, en el XIX, sin cámara, sin la facilidad de caminar en tenis y pantalones y tratando de enterar a tu familia de los sitios que visitas y que te gustan al igual que la comida, la música, etc. ¿Cómo le hacemos? ¿De qué medio nos podemos valer para lograr el mismo efecto? Difícil, ¿verdad?

Déjame contarte sobre Madame Calderón de la Barca o Frances Erskine Inglis, una mujer que visitó México de 1839 a 1841. Te pongo en antecedentes para que sepas de quién se trata.

Frances Erskine Inglis nació el 23 de diciembre de 1804 en Edimburgo, Escocia. Allí vivió hasta que murió su padre en 1830 y su madre tomó la determinación de irse a Boston con varias de sus hijas, entre ellas, Frances. Allí decidieron abrir un colegio para señorita y no les fue mal. Fue también en este lugar donde Frances conoció al diplomático Ángel Calderón de la Barca. Prácticamente fue un amor a primera vista y si algo le gustó a don Ángel de Frances fue su cultura y desenvolvimiento social, dos factores muy importantes dentro de la diplomacia. Ninguno de los dos era muy joven tomando en cuenta la época; ella tenía 32 años y él, casi 50, así que se casaron en 1838, un año después de conocerse. Fue en esos momentos cuando a Ángel Calderón de la Barca lo mandaron como embajador de España a México, lo importante de este nombramiento es que él fue el primer embajador español que pisó tierras mexicanas después del movimiento de Independencia de 1810 con un importante encargo diplomático, lo cual indicaba que las relaciones entre España y México se habían restablecido en buena medida. Éste fue el motivo por el que el matrimonio estuvo viviendo en México durante dos años. 

Podrás preguntarte: “¡Qué interesante! ¿Y cuál es la gracia de eso?” la importancia de esto es que ella, como una mujer culta y adelantada a su tiempo, había leído sobre la Historia de México antes de venir aquí, conocía algunos hechos sobre el México prehispánico y el periodo de la conquista. ¿A cuántos visitantes que conoces han leído todo eso sobre nuestro país antes de venir? Desde que inició su viaje para llegar a México, ella mantuvo una larga relación epistolar con su familia en Boston para explicarles todo lo que veía en estas tierras tan distintas a todo lo que ella estaba acostumbrada a ver en Europa y Estados Unidos. No tenía cámara, así que a partir de sus detalladas descripciones los lectores podemos reconstruir en nuestra imaginación a la gente, sus costumbres, sus tradiciones, el paisaje y cómo era ese México de 1839 que ella vio. 

En su libro La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, Madame Calderón de la Barca cuenta de una manera por demás elocuente, a veces poética y también crítica, todo lo que vio, escuchó y degustó aquí. Al leer el libro es como si estuviéramos en ese lejano México con todos sus problemas, pero también con todas sus ventajas. Si bien es cierto que ni siquiera había luz eléctrica (en ningún lado existía aún), el aire que se respiraba era completamente transparente, no había contaminación de ninguna índole; ella vio muchos ríos dentro de esta pequeña ciudad cuyos límites se alcanzaban a ver perfectamente subidos en la azotea de algún edificio o casa de dos pisos. Los volcanes formaban parte del paisaje diario y los atardeceres eran una postal que la naturaleza le regalaba a los mexicanos de esa época todos los días. Las lomas de Tacubaya eran cerros vacíos, llenos de árboles y plantas silvestres desde los que se podía apreciar el tamaño de esta ciudad. Las chinampas que todavía se ven en Xochimilco llegaban hasta la ciudad de México llenas de flores y verduras, ella dice que era un espectáculo hermoso por lo colorido y el olor que se mezclaba por todos lados. La leo y me da una envidia enorme no haber visto todo eso con mis propios ojos.

Sin embargo, no te creas que todo es tan hermoso. Madame Calderón de la Barca era una mujer también muy crítica de esa realidad que se le ofrecía gracias al trabajo de su esposo. De hecho, cuando ella publicó su libro en 1843, formado por 54 cartas que ella misma escogió de entre todas las que envió a su familia, no se tradujo al español, no obstante, aquí se vendió y se leyó en inglés y la respuesta de aquellos lectores decimonónicos mexicanos no fue la esperada. Madame Calderón de la Barca, sobre todo al inicio de empezar el intercambio epistolar, no disimulaba escribir lo que no le gustaba, sobre todo, en el vestido o comportamiento de las mujeres mexicanas, lo cual le trajo muchas críticas que denostaron su libro. Ésta fue una de las razones por las que se tradujo al español hasta 1920, ella había muerto en 1882 en Madrid y fue hasta ese momento histórico, inicios del siglo XX, que se valoró lo que ella había escrito. Lo que molestaba a los mexicanos del siglo XIX era el tono y la crítica severa de ella, quizá pensaban que como extranjera no tenía ningún derecho a hablar mal de este país, sin embargo, no es que ella lo hiciera con una intención de enojo o molestia; no debemos olvidar que los europeos son distintos a los mexicanos en éste y muchos sentidos más, mientras que nosotros decimos las cosas con más cuidado y a veces, hasta disculpándonos por algo que todavía no hacemos, el europeo es tajante y dice las cosas como son, sin adornos, situación que nadie comprendió en ese momento y le ocasionó muchos rencores a Madame Calderón de la Barca quien lo único que hizo fue pintar a México y los mexicanos como realmente eran. La diferencia en el carácter de los europeos con respecto a los mexicanos es notoria y ella misma lo dice en una de sus cartas: “Los modales de las señoras de aquí son amables en extremo”, y hace hincapié en los abrazos a la llegada o a la despedida de la visita, la constante repetición de las palabras “para servirle” que, a veces le resultaban tan fastidiosas, pero poco a poco se fue acostumbrando a estos tratos tan distintos de los europeos y cada vez los veía más naturales, al grado de adoptarlos como propios.

No por nada se decía que cuando fue la invasión norteamericana a México en 1846, a los soldados les habían dado a leer este libro para que supieran lo que iban a encontrar aquí. Con palabras, ella supo retratar magistralmente un México que ya no existe, pero como si de un álbum fotográfico se tratase, podemos leer su libro e imaginarnos en aquellos lugares de ensueño que existían en México y entender que las evoluciones citadinas no siempre son para bien de todos. Pese a esto, conocer un México que data de dos siglos atrás siempre resulta interesante y nostálgico, poder comparar lo que había con lo que hay ahora nos da la oportunidad de agradecer los adelantos y suspirar por lo que ya no está. Sin embargo, éste es el momento que nos tocó vivir y que debemos disfrutar porque es el nuestro.