LAURA Y MANUEL

Laura y Manuel

Cecilia Colón H.

Seguramente sabes que el siglo XIX fue el siglo del romanticismo en México. La gente y, sobre todo, los poetas vivían apasionados, con la sensibilidad a flor de piel, su estado de humor variaba entre la melancolía y la nostalgia, eran capaces de hacer cualquier sacrificio, incluida la propia vida, por la amada, por los ideales que tenían o por una causa patriótica. Vicente Riva Palacio, uno de los escritores más importantes de esa época decía que la poesía mexicana tenía un tono crepuscular. Si has visto cuando el sol se pone en un atardecer, verás que las sombras poco a poco van opacando la brillante luz del sol y las nubes cambian su tonalidad de naranjas a grises para finalmente, convertirse en sombras que pasan por el cielo estrellado… Escena digna de un gran suspiro, ¿a poco no?

Pues bien, imagínate esto llevado a la vida real, a una pareja que vivió en el siglo XIX, a un gran amor y a un trágico final. Si quieres saber los detalles, continúa leyendo…

Manuel Acuña (1849-1873) fue uno de los poetas más importantes de la segunda mitad del siglo XIX, fue el autor de aquel poema inolvidable llamado “Nocturno a Rosario”: 

Pues bien, yo necesito decirte que te adoro

decirte que te quiero, con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto y al grito en que te imploro,

te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión…

 

Al escucharlo, cualquier mujer se enamoraría y caería rendida a sus pies, no en balde, él era un poeta ya reconocido. 

Por otro lado, en ese momento vivía Laura Méndez (1853-1928), una joven poetisa que también escribía unos hermosos poemas como éste que se llama “Resignación”: 

Adiós, paloma blanca, que huyendo de la nieve

te vas a otras regiones y dejas tu árbol fiel;

mañana que termine mi vida oscura y breve

ya sólo tus recuerdos palpitarán sobre él…

 

Hermoso fragmento para llenar el alma de emociones y poder sentir lo que ella nos transmite con estos versos.

Ambos poetas se conocieron en 1872, muy jóvenes, pues ella ni siquiera llegaba a los 20 años y él tenía unos 23. Se enamoraron apasionadamente, tan fuerte fue el amor que en una reunión de la prestigiosa sociedad literaria Liceo Hidalgo él leyó un poema titulado “A Laura”, dedicado a ella en donde la animaba a escribir, a no callar su lira de poeta: 

Alcanza hasta la cima que deseas,

Mas cuando bajes de esa cima al mundo

Refiérenos al menos lo que veas.

Pues será un egoísmo sin segundo,

Que quien sabe sentir como tú sientes

Se envuelva en un silencio tan profundo…

 

Qué hermosa manera de decirle a Laura que nunca calle, que no deje de escribir, que no nos prive al resto de los mortales de sus versos apasionados, pues lo hace espléndidamente.

Laura y Manuel no tuvieron límites para demostrarse su amor, pues al año siguiente, en 1873, ella le anunciaba a su amado que estaba embarazada y, entonces, comenzaron los apuros. Él era un estudiante de la carrera de medicina, cuando esta Escuela se ubicaba en lo que ahora es el Museo de Medicina (antes el edificio de la Santa Inquisición, en la Plaza de Santo Domingo), allí vivía Manuel Acuña en un cuarto, pues no le alcanzaba para más. Por su parte, Laura vivía con su hermana Rosa, pero tampoco tenía dinero, también era una estudiante del Conservatorio de Música, así que las penurias económicas alcanzaron a los dos y como bien dice el dicho: “Cuando el dinero sale por la puerta, el amor sale por la ventana”. Hubo una primera ruptura entre ellos que duró algunos meses y aquí entró un tercer personaje para aumentar el conflicto entre la pareja: Rosario de la Peña.

¿Quién fue ella? La musa de muchos poetas del último tercio de ese romántico siglo XIX.

Ella organizaba tertulias literarias en su casa que estaba en la calle de Santa Isabel, ahora Avenida Juárez, en el Centro de la Ciudad y allí, ella conoció a Ignacio Ramírez “El Nigromante”, Vicente Riva Palacio, Guillermo Prieto, Justo Sierra, Manuel M. Flores y, por supuesto, a Manuel Acuña, todos ellos formaban parte de la pléyade de escritores más importantes de México y casi todos estaban si no enamorados, sí deslumbrados con la coquetería y el trato de la señorita Rosario de la Peña, así que Acuña no fue la excepción.

Como buen romántico, su corazón se quemaba entre varios fuegos: Laura, Rosario y… algunas otras más. De la mezcla de estos sentimientos tan encontrados, salió el poema cuyo fragmento te puse al principio de este artículo y por el cual muchos creyeron durante años que Manuel Acuña estaba enamoradísimo de Rosario de la Peña, sin embargo, las investigaciones que se han hecho, sobre todo, a partir de la vida y la obra de Laura Méndez han tirado esta leyenda y la verdad se ha abierto camino: él gustaba de Rosario de la Peña, cierto, pero su corazón palpitaba por Laura Méndez.

Pues bien, hacia el final del embarazo de Laura, Manuel y ella se reconciliaron, seguramente se juraron amor eterno, pero el destino ya tenía designado otro camino para los dos.

El bebé de la pareja nació en medio de todas las penurias que te puedas imaginar, pues en aquellos años, había mucha gente que vivía en una pobreza extrema, que no tenía ni para comer y moría.

Laura y Manuel pasaban por graves apuros económicos y al mes de que nació el bebé, Manuel tomó la trágica decisión de suicidarse.

Se dice que su gran amigo, el también escritor y poeta Juan de Dios Peza, entró a su cuarto a buscarlo y ese 6 de diciembre, al abrir la puerta lo recibió un olor a almendras. El cuerpo de Manuel estaba tirado y de inmediato supo lo que había pasado. Fue inútil tratar de reanimarlo, desesperado, Juan de Dios comenzó a gritar y a poco todos los amigos estaban allí llorando la muerte del poeta, del “vate” Acuña, como le decían.

La situación de la familia de Manuel era tan precaria que entre los amigos tuvieron que hacer una colecta para poder enterrarlo aquí en México, recordemos que él era de Coahuila, y lo que sobró se le dio a su familia, es decir, a Laura y su bebé. Desgraciadamente, las tragedias no pararon allí, pues casi dos meses después, murió el pequeño de bronquitis, así que Laura se quedó sin su amado y sin su hijo en un lapso de dos meses, tiempo muy corto para soportar tanto dolor, tanta angustia y tanta soledad… Lo que pasó después con Laura es otra historia que llegó hasta 1928, año de su muerte.

Sin embargo, te comparto el inicio del poema “Adiós” de Laura Méndez, publicado en 1874, al año siguiente del suicidio de Manuel Acuña. Con este poema, ella se despide de él como sabía hacerlo, con su lira de poeta que tanto le aplaudió su amante:

Adiós: es necesario que deje yo tu nido;

las aves de tu huerto, tus rosas en botón.

Adiós: es necesario que el viento del olvido

arrastre entre sus alas el lúgubre gemido

que lanza, al separarse, mi pobre corazón…

 

Un poema muy triste, muy lúgubre y en un tono crepuscular, como decía Riva Palacio, un poema que lleno de dolor se despide del amante que la dejó completamente sola, sin la esperanza de un después, sólo con la angustia de un adiós definitivo.