Las mujeres

Cecilia Colón H.

Cuando yo era joven, el mes de marzo estaba emparentado con la llegada de la primavera y con el natalicio de Benito Juárez, héroe decimonónico al que había que tenerle un enorme respeto y hacerle siempre reverencias. Tanto en la primaria como en la secundaria, cada año se organizaban sendos homenajes a este adalid de nuestra Historia Patria. Durante la preparatoria y la Universidad las cosas cambiaron, pues al llegar a esos niveles, los saludos a la Bandera y el canto al Himno Nacional semanal desaparecen, las prioridades cambian y no es que dejemos de reconocer a todos los hombres que nos dieron Patria, como se decía en aquellos años, pero con tantas materias, tantas lecturas y tantos trabajos por entregar, esa clase de ceremonias ya no tienen lugar, aunque en nuestra mente siempre estén presentes.

Pues bien, desde hace unos pocos años para acá, el 8 de marzo tuvo una connotación especial: se inauguró el Día de la Mujer. Curiosamente, es un día en el que varios hombres, de manera muy linda y caballerosa felicitan a sus amigas y familiares mujeres, les mandan mensajes por los chats, abrazos y besos, sin embargo, lo que no parecen saber es que no es como el 10 de mayo, ni como el Día del Padre, el Día de la Mujer no es para que se nos llene de regalos, es para no olvidar una lucha que empezó hace mucho en favor de valorar la presencia femenina dentro de todos los ámbitos de la vida: educativa, familiar, sentimental, laboral, artística, histórica, política, social, etc., desde siempre, no desde hace pocos años.

 

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No voy a entrar en la polémica de lo que se ha hecho en los últimos años, pero sí me gustaría contarles cuáles fueron las primeras peticiones de las mujeres para tener un papel importante y reconocido dentro de este mundo y, aunque ahora parezca muy obvio, hace algunos años no lo era tanto: el acceso a la educación.

Desde el siglo XX, todas las mujeres tienen acceso a la educación en general y a la universitaria en todos sus niveles y en todas sus carreras, pero no siempre fue así. Una de las primeras mujeres en pedir esto, el simple acceso a la educación fue Sor Juana Inés de la Cruz en su famosa (1648-1695) “Carta a Sor Filotea de la Cruz”. Recordemos que detrás de esta carta estaba el obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Santa Cruz, quien instaba a Sor Juana a que se ocupara de las tareas de su ministerio, es decir, como monja que era y con el don de escribir que tenía, debía hacerlo sobre asuntos espirituales, sin embargo, ella le escribe una respuesta muy larga y muy famosa en donde habla de muchas cosas, desde asuntos teologales, citando a los Doctores de la Iglesia, pasajes de su vida, su enorme interés por aprender desde que era una niña, hasta proponer que las propias mujeres enseñaran a las niñas. 

Para muestra basta un botón, aquí van dos fragmentos de este texto, primero sobre sus ansias y sed de conocimiento desde niña:

Digo que no había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer […] y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi madre. (p. 830).

Efectivamente, Juana de Asbaje y Ramírez fue a una escuela que en aquel siglo XVII se llamaba “Amiga”, allí las niñas aprendían a bordar, coser, guisar, leer y escribir y nada más, aunque ella deseaba ir a la Universidad, jamás alcanzaría este deseo. En esos siglos, las mujeres sólo tenían dos opciones de vida: casarse o el convento; ella se decidió por la segunda, pues estaba segura de que podría tener acceso a la lectura y al conocimiento, casi todos los conventos tenían una biblioteca. De esta forma, ella entró primero al convento de las Carmelitas Descalzas, pero la regla de ellas era muy dura y rígida, por lo que Sor Juana se cambió al convento de Las Jerónimas y le fue mejor, llegó a ser la administradora y esto le dio algunos privilegios, como el hecho de poder escribir por encargo varios poemas, obras de teatro, etc., mismos que le pagaban y esto iba también en beneficio del convento.

Veamos ahora el otro fragmento sobre lo que pensaba ella que podría ser la educación de las mujeres en la carta ya citada:

[…] si algunos padres desean doctrinar más de lo ordinario a sus hijas, les fuerza la necesidad y falta de ancianas sabias, a llevar maestros hombres a enseñar a leer, escribir y contar, a tocar y otras habilidades, de que no pocos daños resultan, […] Por lo cual, muchos quieren dejar bárbaras e incultas a sus hijas [para] no exponerlas a tan notorio peligro como la familiaridad con los hombres, lo cual se excusara si hubiera ancianas doctas, como quiere San Pablo, y de unas en otras fuese sucediendo el magisterio como sucede en el de hacer labores y lo demás que es costumbre.

Porque ¿qué inconveniente tiene que una mujer anciana, docta en letras y de santa conversación y costumbres, tuviese a su cargo la educación de las doncellas? Y no que éstas o se pierden por falta de doctrina o por querérsela aplicar por tan peligrosos medios cuando son los maestros hombres. (pp. 841-842).

Lo que pide Sor Juana es que sean las mujeres ancianas y doctas las encargadas de enseñar a las jóvenes lo que convenga a ellas; e insiste en que sean las mismas mujeres las que tomen la batuta de la enseñanza para evitar que el trato con los hombres dé pie a otro tipo de relación. Eso es todo lo que ella pide y esto fue lo que muchas mujeres pidieron a lo largo de los siglos: el acceso a la educación, a la enseñanza, lo demás vendría después.

Al respecto, es importante recordar que una de las primeras mujeres que estudió lo que ahora llamamos, una carrea universitaria, fue Matilde Montoya (1857-1938), la primera médica mexicana. Ella logró ingresar a la Escuela de Medicina en 1882 (aún no existía la Universidad Nacional Autónoma de México) e inició sus estudios, pero tuvo muchos problemas porque había maestros que no le querían dar clase, sobre todo, los de Anatomía, pues cuando había que hacer alguna exploración del cuerpo humano, la tacharon, incluso, de morbosa. A pesar de todo esto, ella logró hacer la carrera y terminarla gracias al apoyo de sus compañeros, apodados “los montoyos” (por el apellido de ella), ellos le ayudaban a hacer las prácticas que algunos profesores le negaban. Cuando ella inició los trámites para hacer su examen profesional, también se los negaron, pues el reglamento decía “alumnos”, no alumnas. Ella recurrió al Presidente Porfirio Díaz, quien la canalizó mediante su recomendación y en 1887 el Presidente Díaz fue uno de los testigos de honor que firmó el título de la primera Médico Cirujano Matilde Montoya.

Es interesante conocer el inicio de una larga lucha social, política y educativa que muchas mujeres tuvieron que iniciar desde siglos atrás y lograr poco a poco lo que se ha conseguido sin alardes violentos, pero sí con energía y voluntad. 

Si Sor Juana viviera ahorita, vería con muy buenos ojos el hecho de tener un horizonte enorme de posibilidades de vida como mujer: ella decidiría si estudia o no, en dónde, qué; si se casa o no, con quién y si quiere tener hijos o no; situación que jamás hubiera sido posible en aquel lejano siglo XVII, cuando lo único que ella pedía era la libertad de poder educarse.

Para terminar, te dejo el soneto en donde Sor Juana justifica cuál es su interés por el conocimiento y lo que ha de pagar por ello:

¿En perseguirme, mundo, que interesas?

¿En qué te ofendo, cuando sólo intento

poner bellezas en mi entendimiento

y no mi entendimiento en las bellezas?

 

Yo no estimo tesoros ni riquezas,

y así, siempre me causa más contento

poner riquezas en mi entendimiento

que no mi entendimiento en las riquezas.

 

Yo no estimo hermosura que vencida

es despojo civil de las edades

ni riqueza me agrada fementida,

 

teniendo por mejor en mis verdades

consumir vanidades de la vida

que consumir la vida en vanidades.

 

BIBLIOGRAFÍA

CRUZ, Sor Juana Inés de la. Obras Completas. Prólogo Francisco Monterde, 4ª. edición, Edit. Porrúa, México, 1977.

 

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