La nostalgia de mi abuela

La nostalgia de mi abuela

Cecilia Colón H.

La nostalgia es una emoción que nos puede venir de varias maneras y por diferentes caminos. A mí me llegó un recuerdo nostálgico que deseo compartirte.

Acabo de leer un artículo de Juan Villoro y me trajo a la mente muchos recuerdos, sobre todo, la nostalgia de momentos idos que disfruté mucho y que ahora ya no puedo regresar más que en mis emociones y mis recuerdos.

Me acuerdo de la casa de mi abuela, tenía un enorme jardín en donde cabíamos todos los nietos jugando a lo que se nos ocurría; era el lugar de las fiestas, varios de mis tíos y primos se casaron allí, incluidos mis papás y yo, por supuesto. Ese jardín tenía dos enormes árboles que albergaban a muchos pájaros, nos daban sombra y cuando muchos años después mi cuñado quiso cortar algunas ramas que tiraban hojas en las casas vecinas, no pudo hacerlo, el árbol se resistía a ser cortado, fueron inútiles todas las sierras.

Sin embargo, la cocina de esa casa era otro lugar de reunión: grande, iluminada y con el tamaño suficiente para albergar a una gran familia compuesta por los padres y nueve hijos, quienes, al paso de los años también formaron a sus propias familias y los nietos disfrutamos de esas reuniones corriendo por los pasillos y el jardín.

La cocina tenía un piso de mosaicos en blanco y negro, los azulejos de las paredes eran blancos con la última hilera en negro y los muebles eran blancos, eso le daba mucha luz. Había una mesa de nogal en el centro capaz de hacerse más larga gracias a unos tablones y eso se hacía cada semana cuando todos nos reuníamos y nos sentábamos a la mesa por tiempos: primero los nietos y luego los adultos.

Por la tarde, esa cocina se transformaba, algunos ya se habían retirado y quedaban los que jugaban pócker, es decir, mi abuelo, mi papá y dos tíos, a veces mi abuela también les hacía el quite y los nietos siempre estábamos alrededor de ella como abejas zumbonas, situación que desesperaba a mi abuelo y a mi papá, sin embargo, no nos corrían, pues mi abuela era feliz rodeada de chamacos.

 

la nostalgia de mi abuela

 

 

Recuerdo que entrar a esa cocina era como entrar a un santuario, siempre era recibida por gratos olores, por guisados que preparaba mi abuela con toda la paciencia del mundo. Había unas enormes cacerolas de barro que rebozaban el mole o el pollo guisado de alguna forma, las sopas, el arroz, todo quedaba perfecto, al punto exacto. Años de hacer esa tarea convertían a mi abuela en la mejor cocinera del mundo que, además, en un acto de enorme generosidad, había pasado las recetas a sus hijas y nueras. ¡Y vaya que era una generosidad! Pues también supe de abuelas que se llevaron a sus tumbas las recetas añejas de algún guisado que sólo ellas sabían hacer. Afortunadamente, mi abuela no era esa clase de mujer, siempre la vi con una sonrisa en los labios, con un beso y un abrazo para todo el que cruzara el umbral de su casa y con una fortaleza de carácter que jamás olvidaré.

Mi abuela era la mejor persona que a mis escasos 12 años había conocido, me admiraba su paciencia, su vitalidad, en sus grandes ojos se leía la bondad y de sus manos se recibía la generosidad. Ella pasaba mucho tiempo en la cocina. Me platicaba que cuando ella y mi abuelo hicieron esa casa, lo único que ella pedía era una cocina grande e iluminada, para llenarla de calor y recibir a todos los que entraran por la puerta de su casa… Y así fue siempre. Esa cocina representaba el corazón de la casa y también la calidez de ella; allí comíamos, pero también se cocinaban los sentimientos y las confesiones. Allí vi llorar a una prima cuyo marido era alcohólico y no se atrevía a dejarlo por temor; allí escuché la confesión de coraje entre dos hermanas, primas mías también, que se dijeron muchas cosas desagradables, y recuerdo haber visto a mi abuela escucharlas, tratar de calmarlas y con esas manos milagrosas que tenía, hacerles un té que tuvo la magia de devolverles la calma.

Un día le pregunté: “¿Cómo le haces para apaciguar los odios y las tempestades de la emoción?” Me miró con ternura y me dijo: “Cuando seas grande, hija, lo sabrás; las viejas tenemos una magia especial en el corazón y tú la tendrás con los años”.

Era una sabia esa mujer adorada, pues ahora que ya pasaron los años y ella ya no está me doy cuenta que me heredó su corazón y trato siempre de hacerle un pequeño homenaje cada vez que alguien necesita contar sus penas al calor del fogón de una estufa, yo escucho y hago aquel té maravilloso, ése que cura las heridas del alma y que mi abuela me enseñó a preparar, es cuando la siento junto a mí y sin decir una palabra, platico con ella, casi escucho su voz y siento su mirada dulce sobre mis manos que hacen el té.