“Muchos han hablado de mí, a muchos les doy miedo, sobre todo, a las mujeres, apenas me ven asomar a sus ventanas, huyen despavoridas, pues saben que si se quedan dormidas o semidesmayadas, yo voy a entrar, me acercaré a su cama, tomaré sus hombros y con enorme dulzura depositaré un beso, una erótica mordida en ese cuello de alabastro que se me ofrece apetecible. Todas creen que la maldad reina en mi interior, que soy un ser de ultratumba y que no tengo sentimientos… ¿Alguien se ha puesto en mi lugar, ha intentado entenderme? Nadie, la literatura sólo habla de mis hechos, el cine me ha presentado como un malvado cuando no se ha reído de mí…
“Todos creen que es divertido vivir de noche y eso es una mentira, tal vez durante los primeros años, después es una monserga, a veces me harta tanta oscuridad, varias veces me he caído porque cuando la luna desaparece, no veo por dónde ando… Sí, ya sé que dicen que puedo volar y convertirme en algunos animales, pero a veces se me da la gana caminar por las calles, sentir que mi capa casi vuela con el aire nocturno, es una sensación placentera.
“La soledad es otra de las cosas que empieza a pesarme. Nunca tengo a nadie para hablar de lo que me gusta, de lo que quiero, de lo que ha sido mi vida, de lo que me gustaría hacer y… siempre solo, nunca un amigo… ¿Quién se ha acercado para venir a visitarme a mi castillo? Para tomar una copa, cenar algo sencillo y platicar durante toda la noche… No sé por qué les da miedo…
“Una vez, hace años, un hombre pasó con su carreta cerca de mi castillo y se detuvo para pedir permiso para darle un poco de agua a sus caballos, yo accedí gustoso y le invité a pasar la noche. Hacía un poco de frío y mientras los gitanos que a veces acampan en mi castillo se encargaban de darles de comer a los caballos, él y yo tomamos un poco de vino y él comió un poco de la carne que había sobrado de la comida anterior. El hombre era muy interesante, había viajado toda su vida, desde que era un joven que tuvo que abandonar su casa para ponerse a trabajar porque era necesario mantener a la familia; el padre había muerto en una escaramuza y él, como hijo mayor, tuvo que hacerle frente a la manutención familiar. Qué vida tan maravillosa había tenido, llena de vivencias, de viajes, a veces buena fortuna, a veces mala, pero, a fin de cuentas, él había aceptado vivirla como una aventura. ¿Y yo? Mientras él me platicaba toda su vida, pensé en la mía, siempre gris, oscura, nebulosa, llena de tinieblas que nada tienen de interesante. Él varias veces se vio en peligro; yo, muy pocas; no todas las noches tenía un lugar para dormir; yo siempre, para eso tenía un castillo en varios lugares del mundo. Él podía ver la luz del sol todos los días; yo nunca, eso me costaría la vida. Él podía tener la compañía de sus amigos cuando quisiera, yo… ¿Mujeres? Había tenido varias novias y amantes, en cambio, yo… la última vez que me enamoré todo salió mal, ella me regalaba un poco de su sangre todos los días, pero yo estaba tan entusiasmado que olvidé que los humanos sí tienen límites en lo que hacen y en lo que la naturaleza les da y la sangre es uno de ellos…
“Ese hombre representaba todo lo que yo jamás podría ser ni tener. Mientras lo escuchaba, una enorme envidia se apoderaba de mí lentamente, era un sentimiento extraño para mí, algo que jamás había experimentado, no lo podía detener, pero tampoco quería hacerlo, dejé que el coraje me fuera subiendo poco a poco por el cuerpo hasta que inundó mi mente, llenó mi sangre y… no pude detener mis instintos. Me lancé directamente sobre él, a su cuello. Él no se lo esperaba y no pudo defenderse. Esa sangre tan viva, tan llena de aventuras debía ser para mí, quería, a través de ella, llenarme de vida, contagiarme de su entusiasmo, de esa vitalidad que sólo poseen los humanos y que yo, al paso de los siglos, he olvidado.
“Forcejeamos, pero finalmente, gané, nadie puede vencerme…”
Hasta aquí el fragmento del diario que Bartolomé tenía en sus manos y que había encontrado entre los papeles de un baúl viejo que su abuelo le había heredado. Le llamaba la atención que estaba escrito con una caligrafía antigua, muy diferente a la del abuelo. Ahora entendía por qué nunca veía al abuelo de día, por qué nunca le permitía acompañarlo a sus “aventuras nocturnas” después de que el muchacho lo había oído hablar de su vida llena de peripecias… pero en el día, y por qué ninguna novia le duraba mucho tiempo. También comprendió por qué su madre siempre tenía temor cuando el nieto decidía visitar al abuelo y le llenaba la maleta de ajos y unos palos como estacas; entendía, por fin, muchas cosas que le parecían extrañas del comportamiento del abuelo, pero, sobre todo, pudo descifrar el motivo por el que pidió que cuando muriera lo quemaran y esparcieran sus cenizas en un cementerio.