Día de Muertos

Día de Muertos

Cecilia Colón H.

¿Sabías que el viento transporta a las almas de los difuntos?

Cuando nos ponemos a pensar en la razón por la cual las fechas de los fieles difuntos coinciden con esta parte final del año, vemos que hay muchos elementos que tienen que ver con la muerte, la nostalgia, la tristeza y la melancolía, con los tonos oscuros, sepias, que adquieren los árboles y con la muerte de la naturaleza. ¿Alguna vez habías hecho esta reflexión? Hagámosla juntas.

La muerte de nuestros seres queridos, de amigos con quienes hemos compartido alguna experiencia, siempre nos resulta dolorosa, sin embargo, imagínate que nadie muriera, ¡ya no cabríamos en el planeta! Tenemos que irnos unos para que lleguen otros, pero esto no significa que olvidemos a todos los que se han ido, por el contrario, cada vez que recordamos a los que se fueron es como si vinieran a vernos, como si pudiéramos verlos una vez más para platicar, contarnos aquellas cosas que a nadie más le dijimos, como cuando estaban con nosotros en este mundo. Por eso, una vez al año les abrimos la puerta no sólo del corazón, sino de nuestra casa completa para que vengan y compartan con nosotros un momento terrenal dentro de su tiempo eterno.

¿Por qué el fin del año es para los difuntos? Porque el ambiente se presta al adiós. El viento frío se cuela entre los árboles, cruza las calles y se mete en las casas, allí se queda muy contento para inundar todo, para recordarnos que los espíritus viajan en el viento, que las almas no necesitan un cuerpo para moverse y, como el aire, son intangibles, están en todos lados.

Por otro lado, los atardeceres tienen un toque melancólico, los tonos que se despliegan en la puesta del sol nos producen un estado de ánimo que oscila entre la nostalgia y la tristeza, aderezado con los suspiros que salen casi sin sentir. Los días se acortan, las noches se alargan; el frío se mete en todos los sitios; los recuerdos también viajan en la mente y hacen que nos acordemos de familiares y amigos que quizá ya no están a nuestro lado. Vemos un retrato de alguien que se fue y sentimos la añoranza de volver a verlo, los deseos de hablar con esa persona por última vez, quizás de darle un abrazo final.

Si acostumbras a poner una ofrenda en tu casa, es probable que también les reces a tus difuntos y el rumor de las oraciones atraen a las almas, ese sonsonete que se crea con las repeticiones de las plegarias es como una letanía que va formando un camino, que ilumina ese camino y que les indica a esas ánimas en dónde se les espera con cariño, en dónde está abierta la puerta para que pasen y entren a su casa, a ese lugar donde ellas todavía tienen una presencia, aunque ya no sea corpórea.

¿Te das cuenta de que todo el ambiente del fin de año nos habla de la muerte? Sin embargo, no de la tristeza que implica la desaparición de alguien, sino de la esperanza de un renacimiento, pues eso es lo que ocurre en la naturaleza. Cada año los árboles dejan caer sus hojas secas, sus ramas las dejan ir despacio, con cada soplido del viento, esperando la siguiente etapa del renacimiento, pero mientras esto ocurre todo muere poco a poco, todo lo que nos rodea se transforma y parece que va a desaparecer, por eso también los difuntos regresan, para saludarnos, para decirnos que nos recuerdan y que aún extrañan su vida terrenal… tal vez sí, tal vez no. Si logras platicar con alguno, el Día de Muertos, pregúntale qué hay allá, pregúntale cómo fue su tránsito, dile que te explique cómo es el tiempo en su nueva morada. Y si te da permiso, nos escribes una carta donde nos platiques qué te dijo.

Para terminar con esta reflexión, te dejo este soneto del escritor regiomontano Alfonso Reyes, este poema es uno de mis preferidos para esta época, a ver qué te parece:

VISITACIÓN

—Soy la Muerte —me dijo. No sabía

que tan estrechamente me cercara,

al punto de volcarme por la cara

su turbadora vaharada fría.

Ya no intento eludir su compañía:

mis pasos sigue, transparente y clara,

y desde entonces no me desampara

ni me deja de noche ni de día.

¡Y pensar —confesé— que de mil modos

quise disimularte con apodos

entre miedos y errores confundida!

“Más tienes de caricia que de pena”.

Eras alivio y te llamé cadena.

Eras la muerte y te llamé la vida.